En esta oportunidad no puedo dejar de contar esta experiencia y dejar a ustedes la tarea de sentir lo que yo sentí.
Ayer en la noche estaba peinando a mi hija Michela de 10 años antes de ir a dormir. Ella es un ser de luz, trasparente y fresca como una brisa, los que la conocen, lo saben...
Cantamos un par de canciones, nos reímos.
En un momento, se da vuela, me mira y me pregunta:
- Mamá: ¿Yo voy a llegar a viejita?
- Claro, respondo yo, además ahora se vive mucho más con todos los avances que hay en medicina y ciencia así que vas a ser muy viejita...
Se queda en silencio unos segundos, me mira de nuevo y remata:
- ¿Y si el mundo explota antes?
- ¿Cómo? pregunto yo
- Claro, ya no hay agua, no hay hielo, no hay aire, no hay plantas... va a explotar antes que llegue a viejita!
Entonces la que se quedó callada fuí yo. No supe qué contestar.
Sólo le pregunté si los otros niños tenían esas dudas, si lo conversaban entre ellos.
Y su respuesta fué:
- Mamá: no hay ningún niño que no se pregunte eso hoy...
Si esto no es un llamado de emergencia, entonces no se qué lo es.
Nunca antes me había sucedido que la realidad ecológica existente entrara a mi hogar de esta manera, de la forma en que más duele.
Nuestra generación nunca tuvo que enfrentarse a esta realidad.
No se qué más hacer aparte de tratar de apagar luces, gastar menos gas, tal vez reciclar con mucha incomodidad algunos residuos.
Con más urgencia que nunca se requieren políticas mundiales.
¿Cómo podemos cambiar esto?
¿A qué estamos dispuestos a renunciar?
Arianna Rosso